Las
vacaciones están a punto de terminarse y ya mi mente está allá en la misión. Lo
primero que me viene a mi pensamiento en estos momentos en que estoy preparando
el regreso a la misión es el de agradecimiento a Dios por haberme permitido
descansar y disfrutar de estos 45 días en España. Han sido días intensos de
encuentro con amigos en mi pueblo de El Cubo de D. Sancho (Salamanca), Puerto
Serrano y Jerez de la Frontera (Cádiz). El segundo motivo de agradecimiento es
para tantas personas que me han acogido con cariño, que me han abierto las
puertas de su casa, de su corazón y hemos podido recordar tantos buenos ratos
pasados juntos. Son muchos los que me han ayudado con medicinas para el
botiquín parroquial que sin duda van a prestar un gran servicio a los más
pobres de la parroquia, aquellos que no pueden comprarlas por su alto precio. También
agradecer a tantas personas que me han dado su donativo para alguna obra
concreta (viviendas, promoción de la mujer, apoyo a la infancia etc.). Sobre
todo agradecer a esas personas mayores que tiene una pension no contributiva y
que como la viuda del evangelio no han dudado en sacrificarse de lo que
necesitan para vivir porque saben que hay otras personas más necesitadas que
ellas. Gracias a todos y os prometo que daré buen uso
a vuestros donativos y os informaré detalladamente por escrito y con fotos de
su utilización.
Uno de los momentos que llevo
gravado para Perú han sido los encuentros con los niños y jóvenes en las
parroquias y en los colegios asi como la vigilia del Domund en mi diócesis de
Jerez. Cuando le exponía a los niños las fotos de las casas y los rostros de
las familias, en especial de los niños, me hacían muchas preguntas. Recuerdo
con ilusión cuando me decían que los niños de las fotos estaban sonriendo, que se veían felices y me preguntaban cómo
podían ser felices si les falta de todo y ellos cuando les falta algo enseguida
se quejan. Les decía que son felices porque no han tenido de nada y por tanto
no lo echan de menos, que no ponen su felicidad en las cosas que le faltan sino
en lo que tienen. Que con pocas cosas se puede conseguir que sean felices
cuando aquí necesitamos tantas y nunca estamos satisfechos. Pero la pregunta
más importante me la hizo una chica de 2º de la ESO en un colegio de Jerez
cuando me pregunta a bocajarro ¿eres feliz? La pregunta me dejo sorprendido
pues no me la esperaba pero mi respuesta salió de lo profundo de mi corazón:
pues si soy inmensamente feliz. Otros me preguntaban si iba a volver y cuando
les decía que por supuesto que había venido con viaje de vuelta y que, aunque
estaba disfrutando en estos días en España, ya los últimos días tenía más el
corazón allí que aquí, no comprendían muy bien porque no me quedaba aquí.
Hoy
estamos celebrando la fiesta de San Martin de Porres, el santo peruano más
popular junto a Santa Rosa de Lima. Esta mañana he leído en el oficio de
lectura del breviario la homilía que el Papa Juan XXIII pronuncio en la misa de su canonización, hace
50 años. El Papa que, estaba en esos momentos abriendo las ventanas de la
iglesia para que entrara el viento fresco del Vaticano II, decía que Martin nos
demuestra, con el ejemplo de su vida, que podemos llegar a la salvación y a la
santidad por el camino que nos enseño Cristo Jesús: amar a Dios con todo el
corazón, con toda nuestra alma y con todo nuestro ser y amar a nuestro prójimo
como a nosotros mismos. Precisamente el evangelio de mañana, del domingo XXXI
trata sobre esto, sobre el doble mandamiento de amor a Dios y amor al prójimo
que son inseparables. Juan Pablo II en su visita a Peru en el año 1985 en el
encuentro con los más pobres, en los arenales de Villa el Salvador, el cono sur
de lima, a menos de 10 km. de donde yo vivo
pronuncio aquel grito que todavía hoy resuena el desierto de Lima:
hambre de Dios si, hambre de pan no. Los pobres que siguen llegando hoy a los
cerros de El Paraiso en Villa María del Triunfo, como aquellos que acababan de llegar con sus esteras a Villa el
Salvador cuando llego el Papa, tienen hambre de pan y hambre de Dios. La
iglesia, los cristianos comprometidos tenemos la obligación de satisfacer estás
dos necesidades de forma inseparable. Hay que suscitar el hambre de Dios que a
veces los pobres, que tienen bastante con sobrevivir, no lo tienen latente, y
luego saciar ese hambre con la palabra de Dios y a la vez saciar el hambre de
pan, de comida digna que saque a tantos niños, ancianos y enfermos de la
desnutrición, de vivienda digna, de salud integral, de educación, de promoción humana
y promoción profesional para que sean sujetos de su propio desarrollo que como
decía Pablo VI, “el desarrollo para ser autentico tiene que ser integral, de
todo el hombre y de todos los hombres” ( Enciclica “Populorum progressio”, el
progreso de los pueblos).
Estamos en el año de la fe
convocados por Benedicto XVI que nos dice en el documento de convocatoria:
Porta Fidei (La puerta de la fe) que “la fe sin caridad no da fruto y la
caridad sin fe sería un sentimiento constantemente a merced de la duda”. Pues
que todos los cristianos, aquí o allá, en este año no olvidemos que las dos
dimensiones o direcciones del amor, la vertical (amor a Dios) y la horizontal (amor
al prójimo) van unidas inseparablemente. Que durante este año de la fe todos
mostremos abiertamente nuestra fe a
través del amor, de las obras de caridad con
los más necesitados, de la justicia social( San Martin de la Caridad,
San Martincito como se conoce en Perú, es el patrón de la justicia social) de
tal manera que cuando nos acerquemos a los más pobres veamos con claridad el
rostro de Dios que se hizo pobre y quiere que lo acojamos como lo acogeríamos a
el mismo y les demos el amor que él nos da, porque al final de la vida nos
examinaran de amor.
PADRE JOSE
LUIS CALVO VICENTE